Corría el siglo VII d.C. La hoy en día conocida como ciudad de Sepúlveda (desde donde comenzamos nuestra ruta) era una fronteriza ciudadela llamada Septempublicam. Estaba custodiada de los invasores sarracenos por una muralla y Siete puertas: Puerta del Ecce Homo o del Azogue, Puerta del Río, Puerta de la Fuerza, Puerta del Postiguillo, Puerta de la Judería, Puerta de Duruelo y Puerta del Vado.
Sus pobladores, cristianos y labriegos temerosos de Dios que no estaban versados en combates, se defendían del avance invasor con pequeñas y ocasionales escaramuzas que, sin embargo, no bastaban para frenar el ímpetu de aquellos jinetes enjutos y resistentes que dominaban el taimado y sañudo arte de la guerra. De resultas de una de aquellas escaramuzas nocturnas devino mortalmente alanceado el regidor Anselmo, dueño de una enjundiosa hacienda, pues se decía que no había en Segovia punta de ovejas que no llevara sobre el lomo la marca de su hierro. Mucha fue la pesadumbre que la muerte de aquel benemérito varón causó entre sus conciudadanos, pues tan grande como su misma hacienda era la generosidad de su corazón. El dolor de su muerte asoló, sobre todo, a su propia familia: Anchuela, su mujer, reconcomida por el vacío que dejara su ausencia, no le sobrevivió más de dos semanas. Y Frutos, Valentín y Engracia, que así se llamaban los tres hijos del fallecido matrimonio, de común acuerdo vendieron sus pertenencias, las repartieron entre los pobres y decidieron vivir como eremitas a la orilla del río Duratón. En aquél entonces conocido como El desierto del Duratón.
Valentín y Engracia vivieron en sendas cuevas en la ladera del río, y Frutos en lo alto de una roca terminada en altiplanicie; allí edificó un oratorio en honor de Nuestra Señora. Murió hacia el año 715 a la edad de 73 años y fue enterrado por sus hermanos en la misma ermita que había vivido. Frutos, se había convertido en el mayor enemigo de las tropas sarracenas, puesto que en varias ocasiones se enfrentó a ellas y siempre salió victorioso. Célebre se hizo el Primero de sus Siete Milagros.
MILAGRO PRIMERO . LA CUCHILLADA
Cuenta la leyenda que un grupo de cristianos corrían hacia la hermita de San Frutos buscando refugio de la persecución morisca. Frutos, golpeó con su vara la roca y esta se separó formando una zanja de cien metros de profundidad, conocida como “La Cuchillada”, para impedir el paso a los musulmanes que pretendían asaltar su ermita. Hoy en día sólo se accede a la ermita a través de un pequeño puente de piedra, convirtiendo el peñasco rocoso donde se alza en una isla inexpugnable.
«. Las “huellas”, de lo que se cree son las herraduras de los caballos de los perseguidores, aún se pueden ver en la piedra.
“…y su santo bastón allí mismo
una raya en el suelo marcó
y rasgando la piedra un abismo
entre Frutos y el moro se abrió”.

La noticia de su fallecimiento llegó a oidos de los infieles que buscaron en vano los restos de su cuerpo, para profanarlo.
Los hermanos, perseguidos, se marcharon a Caballar, cerca de Turégano, donde fueron capturados por los moros, martirizados y decapitados. En el mismo lugar donde cayeron sus cabezas brotó una fuente, llamada Santa. Aún se conservan sus cabezas en un relicario de la iglesia de este pueblo. Cuando la lluvia es muy escasa, el sacerdote sumerge las cabezas en las aguas de una fuente para que comience a llover. A este ritual se le llama de las mojadas.

SEGUNDO MILAGRO: TRINAR de PÁJAROS
Tan baldíos son los eriales del desierto que los pájaros apenas encontraban acomodo por faltarles el sustento. A las negativas condiciones del terreno se aliaba una ola de pestes que había diezmado las especies más menudas.
Un amantísimo devoto que fue por allí a practicar penitencia anhelaba oír los gorjeos de los pájaros para alegrar su corazón. Se llamaba Eulalio y era hombre natural de villorrio que desde niño tenía clavada la música de sus chirridos tan dentro de sí que, sobre todo, al despertarse, no podía soportar su ausencia. Recordaba además que a Frutos se le subían por la túnica y le picoteaban los hombros.
A las tres semanas de oraciones y ayunos las llagas se aposentaron en su cuerpo. Eulalio era hombre de espíritu sólido, fortificado por los sacrificios y aquellas llagas le robustecían. Sin embargo, en las madrugadas, cada vez más debilitado, echaba de menos los cantos de los pájaros que tanto bálsamo y bienestar amontonaban en su corazón. El silencio sí era una herida insondable.
-¡Frutos, Frutos, si los hicieras cantar!
Era en los albores de la mañana. Hasta que el sol llegó a su cénit, en el mediodía, estuvieron los pájaros menudos brotando por sus cinco llagas. Una especie distinta por cada herida: colirrojos, roqueros solitarios, vencejos, alondras y collalbas. Son los mismos que ahora habitan las hoces.
Aquella mañana amaneció el ambiente ahogado en chirridos. Cuando los pájaros dejaron de salir las llagas se cerraron. Eulalio miraba al cielo risueño y se sonreía.

TERCER MILAGRO:
SARA ES TENTADA POR EL DEMONIO
Habitaba en un poblado de la contorna de las hoces una moza de ajustadas proporciones, piel tan blanca como la misma harina, cándida expresión, ensortijada y rubia cabellera… Todo era en ella como de ensueño.
Obedecía a la llamada de Sara y tan extremada era su belleza que no había mozo que la conociese y no se hubiera encandilado por ella.
A los quince años, cuando andaba ya en edad de matrimoniar, pasó por el pueblo un mozo de porte erguido que dijo dominar el oficio de desencantar animales.
Pronto quedó Sara prendada de su porte y acordaron juncirse bajo palio de sacramento. Tal decisión llenó de enojo y abatimiento a los mozos del lugar. Era lógico; las aspiraciones suyas quedaban así truncadas.
El desencantador de animales convenció a Sara y a sus padres para que la boda se celebrara al aire libre, aprovechando la bondad del tiempo. Accedieron a ello en un principio. Mas el día anterior a la boda tuvo la novia un sueño.
-La boda -dijo resuelta- la celebraremos en un oratorio cristiano.
Por más que el novio se oponía, ella insistió. Así, al entrar en el recinto el desencantador de animales se esfumó como un turbión de aire.
-¿Dónde está? -se preguntaron.
-Olvidadle. Era el demonio que quería prenderme. Frutos me lo reveló en sueños. La cruz le ha espantado.
Cortándose el cabello que acariciaba su espalda, se echó al desierto durante tres años.
Volvió luego al poblado y desposó con un mozo del lugar dando al mundo tres varones que fueron educados en el conocimiento de la vida y milagros del santo anacoreta.
CUARTO MILAGRO: EL RESCATE DEL INFANTE
Antes de que mediara el día, en pleno verano, acuciado por las hambres, el buitre planeó sobre el caserío desmedrado de Sebúlcor. Un niño de trece meses distraía su tiempo sujeto en un carretón a la sombra de un árbol, en una calle sin concurrencia. La madre que se afanaba en la casa, ojeaba de cada y cuando los humores del infante. Por los campos en sazón se repartían los vecinos entregándose a los menesteres de la recolección. Tras observar el terreno y comprobar que las circunstancias eran favorables el buitre se lanzó en picado sobre el niño. Clavó las curvadas y potentes uñas sobre el justillo y emprendió trémulo vuelo hacia el nidal, pues las convulsiones del infante, además de su peso, le hacían zarandearse. Cuando la madre salió, alertada por los lloros, el buitre remontaba el caserío con el niño suspendido en sus garras.
-¡Mi hijo, mi hijo! ¡Que me roban a mi hijo! -gritó la madre desgarrada.
Pero de nada sirvieron los lamentos, las imprecaciones, los lloros y las alarmas. La madre y alguna vecina vieron cómo el buitre se alejaba, perdiéndose en el aire, cada vez más pequeño, mas pequeño…
Como una ave ligera voló la desgracia entre las gentes. Antes de que el sol de aquel día se ocultara un pastor se presentó en Sebúlcor con el niño dormido en un zurrón.
-Sano te lo entrego por gracia del anacoreta -dijo el pastor a la madre que lo abrazó fuerte contra el pecho.
-¿El Santo ha sido? ¿Cómo lo hizo- -preguntaron los curiosos.
-Yo mismo se lo rogué cuando el buitre volaba sobre el oratorio -explicó el pastor- y, en vez de seguir camino del nidal, bajó en vertical y, cuidadosamente, posó la criatura donde tantas veces se reclinara en vida el santo. Sin un rasguño quedó el niño postrado a la puerta del recinto sagrado. Ante tal suceso le di pan a la rapiña de mi propia mano hasta que sació el hambre. Una hogaza larga consumió el animal. Os aseguro que nunca acarició mi mano pico de rapiña tan doméstica y mansurrona.


QUINTO MILAGRO: LA CONJURACION DEL PEDRISCO.
Era verano. La sequedad del estío arrebataba las plantas; el aire asuraba como lengua de fuego. El cielo añil y diáfano, precipitadamente se entoldó de nubarrones plomizos, como las vísceras de un animal. En las miradas de los pobladores se perfilaba la zozobra.
Los pastores apresuraban sus rebaños a las cijas, barruntando calamidades sangrientas: retenían aún en sus memorias el recuerdo de una tormenta bestial y terrible que había estragado el campo, llevando la tullidez ocasional a algunos pastores y la muerte definitiva a muchas merinas tiernas. Pues la naturaleza de la piedra que entonces cayó era tan pérfida e inícua que más bien parecía obra de demonios.
La compostura del cielo era muy semejante. Los picores desazonantes del sol los mismos.
Concentrada, la población esperaba ya lo inevitable.
-Sólo tú podrías remediarlo, señor San Frutos -imploraban.
Apretó un rabadán a correr hacia el oratorio. Mientras, el cielo parecía resquebrajarse. Los truenos broncos y secos preludiaban la tormenta.
Las primeras piedras que cayeron no eran inferiores al tamaño de una grajilla. Y como la grajilla eran negras. Caían ralas, retumbando sobre la piel tersa de la tierra, igual que un tambor cuando anuncia la batalla.
Al llegar el rabadán al oratorio tañó la campana; al momento cesaron de caer las piedras.
La población miró al cielo y vio cómo las nubes iban tornando de semblante, trocando el ceño severo y sombrío por tonalidades suaves y variopintas, hasta que la cara barbada del anacoreta se reflejó dibujada y repetida entre la masa blanda de las nubes.
SEXTO MILAGRO: EL NIÑO BICÉFALO.
Fruto de amores incestuosos entre dos hermanos adoradores de Mahoma, nació una diabólica criatura bicéfala con siete dedos en cada remo, abultada joroba y otras ominosas deformidades que no son para decir y que por sí solas hablaban de la herencia del acto execrable.
Mas, con todo, no concluyeron ahí los bastardos hechos de aquellas dos almas desaprensivas: horrorizadas por el aspecto monstruoso que presentaba la criatura maquinaron abandonarla al buen albur para que su presencia no delatara por más tiempo la naturaleza nefanda de su pecado. Y así fue descubierta tras unos matorrales en la espesura del monte por los perros olisqueadores de un cabrero. Trasladada al pueblo la criatura fue objeto de una marrida contemplación.
-¿Qué hemos de hacer? -preguntaba el cabrero a sus convecinos. Ellos callaban, consternados.
Una moza virgen tomó, por fin, la palabra.
-Acaso el santo eremita pudiera aliviarlo. Probaremos si queréis.
Mucha era la fe que en él tenían.
Con el cabrero y la moza virgen en cabeza fue trasladada la criatura en andas hasta la fuente del anacoreta. Una nutrida comitiva les seguía.
Al llegar a la fuente la moza virgen asió la criatura del pie izquierdo y, boca abajo, le sumergió repentinamente en el agua. Repitió el movimiento tres veces seguidas. Cuando se volvió para mostrarlo a los ojos de todos la criatura presentaba un aspecto normal, imbuida de una rara belleza manifestada en la hermosura de su cara y en el brillo vivaz de sus ojos. Hasta el color bruno de su piel se tornó blanquecino en todo el cuerpo a excepción del pie izquierdo que no había sido bañado por el agua.
Y las gentes vieron en aquel prodigio una prueba más de la gracia de Frutos, el anacoreta.
SEPTIMO MILAGRO: ARTRIBIO, EL CANTERO.
Artribio, oficial de una cuadrilla de diestros canteros tenía presente a Frutos en sus oraciones. Dos veces halló ocasión de besarle las manos en vida. Con su recuerdo iluminaba sus trabajos que le habían dado renombre entre las gentes.
Cierto día, labrando el lateral de una piedra, le saltó una esquirla sobre el ojo derecho. Torcida resultó su suerte pues la herida y los dolores se traspasaron al ojo izquierdo, doblegando su vista poco a poco, hasta escarbar en sus ojos una opaca oscuridad.
Ni las cataplasmas de hierbas medicinales ni los renovados ungüentos de experimentados curanderos sirvieron para devolver luz a sus ojos.
Hacer una estatua al natural del santo era uno de los propósitos que Artribio quiso llevar a cabo mientras la vista le lucía. Mas la ceguera no le puso freno; por el contrario, abolido para otros menesteres volcó todo su empeño en trasladar la imagen de Frutos a la piedra.
-Traedme una roca grande -dijo a sus antiguos compañeros de oficio.
En una pesada carreta la trasladaron hasta la puerta de su casa.
Mandó que la dejaran descansando en posición vertical.
Con las herramientas, guiado por la intuición, fue, poco a poco, desbastándola.
-¿Qué pretendes? -le preguntaban.
-Sacarle como si estuviera vivo entre nosotros. Dejaré que él me guie la mano.
Artribio nunca había trabajado figuras humanas. En perfilar poyos, piedras de sillería, muelas y redueznos de molinos había entregado su trabajo. Por ello era tomado su propósito por locura.
Mas con sorpresa los compañeros notaban que la piedra, con el correr de los días, se despojaba de sus abultamientos informes y angulosos para ir adquiriendo la forma humana que Artribio perseguía. Los detalles delicados del rostro los abandonaba para el final.
-¿Se le va pareciendo? -preguntaba.
-Cada vez toma más la apariencia de su figura.
Esculpía el cuerpo revestido con un sayo, tal como Frutos vistiera en vida.
Rematar los detalles de la cara le parecía empresa difícil, pero no se arredró por ello. Con delicadas herramientas y suaves toques fue perfilando la frente, la boca y las barbas.
-¿Que sientes? -le preguntaban.
-Una luz interior que me ilumina -decía Artribio-, pero no veo nada.
Sólo al poner remate en el ojo izquierdo le vino un resplandor al suyo. Así saludó a la luz, reafirmando la gracia del color sobre la tierra y comprobando la exactitud de aquella talla con la que él había forjado en su imaginación que no era sino réplica exacta de la figura del anacoreta en vida.
Al perfilar el ojo derecho de la talla sintió otra bocanada de luz en el suyo.
Así recobró vida en los ojos el cantero Artribio y así quedó fijada ya para siempre la figura barbada de nuestro señor San Frutos el eremita de la hoces del Duratón.
Antes he mencionado las siete puertas de Sepúlveda. En esta zona el número 7 cobra una singular fuerza, porque siete son las llaves que corresponden a otras tantas puertas, siete los milagros de San Frutos y supuestamente siete los altares de una ermita rupestre que podemos encontrar en las cercanías y llamada Cueva de los Siete Altares. Se labraron para conmemorar cada milagro del Santo. Los signos que adornan cada altar forman parte de una escritura en clave que, según el juicio de ciertos paleógrafos, nos dan cuenta de cada milagro.
No son estas las únicas leyendas que circulan a propósito de San Frutos y de su ermita. Cabe destacar aquella que habla de un sillar o piedra cuadrada, escondida bajo el altar y que asegura que quienes padecen hernias de espalda y consiguen dar tres vueltas gateando a dicha piedra curan su dolencia para siempre.
Lamentablemente, no pudimos constatar tal milagro puesto que la ermita estaba cerrada cuando llegamos.
Lo que si pudimos contemplar fue el espectáculo de los buitres planeando sobre los cortados y farallones de las Hoces del Duratón. Un espectáculo de la naturaleza por el que mereció la pena el trayecto de barro y agua que padecimos.
Decir también que la fe y la pasión que este grupo demuestra en cada una de las salidas de MTB es digno de admirar.
Atravesar el puerto de Somosierra al alba, completamente cubierto, plomizo, frío , ventoso, lluvioso,tormentoso y no dar media vuelta de regreso a casa…Chapeau por vosotros!.
El resto de fotos en Flickr:
Aquí dejo el track de la ruta en Wikiloc:

Como siempre, para los que llegan hasta el final de la crónica, aquí dejo un «pequeño caramelo» de la jornada.
Un saludo
A. M. Martín
Momentos inolvidables, peazo ruton . Gracias compañero por poder disfrutar de tu compañia por esos campos de Dios , lo has bordao enhorabuena
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Muchísimas gracias Paco, también es un placer para mí compartir contigo dos pasiones comunes. El ciclismo y la fotografía. Nos vemos en la próxima.
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