Hay luz al final del túnel. Espe da señales de vida, esta tarde será liberada sin pedir rescate !!! Specialized da por finalizados sus sesudos estudios y asume la reparación de la pieza de-fec-tu-o-sa. Bien. Bien. Es de ley.
Mientras tanto abro un nuevo sobre de Planes B. Dice así: Quítate la espina de la ruta que no hiciste el domingo.
Lo reconozco. Yo tenía una idea muy equivocada de Patones. La semana pasada, con ocasión de la prueba Canyon Enduro Exteme 2015, caminando por los tramos de pinares, con tiempo de ver los paisajes, tuve la oportunidad de descubrir un nuevo Patones. Dos días más tarde y por esas casualidades de la vida, Ernesto decide explorar la zona preparando la ruta del fin de semana. Desde que vi publicadas las primeras fotos y vídeo por el Pontón de la Oliva y las Cárcavas, ya intuí que esa ruta tenía pinta de ser chula, chula. Pero las circunstancias mandan y no pude adherirme al grupo del domingo con todo el dolor de mi corazón. A lo largo de la tarde del domingo se iban sucediendo las imágenes y los comentarios de los participantes en la ruta. Todos coincidían en un adjetivo común: Rutón!
El martes me resarcí. Y fuimos hacia allá los tres mosqueteros; César, que ya lo conocía, Rocío y yo.
Comenzó el día nublado, nublado y fresco para ser exactos. El punto de partida promete. Justo a los pies de la tristemente famosa presa del Pontón de la Oliva, el más vetusto embalse de la región madrileña tuvo su origen en la necesidad de abastecimiento de agua a la ciudad a mediados del siglo XIX. Excepto media docena de hogares privilegiados, los más de 200.000 madrileños de entonces solo disponían del agua que manaba de las 54 fuentes de la ciudad, cuyo nombre, dicho sea de paso en estos tiempos en que los manaderos desaparecen de las calles capitalinas, significa para algunas etimologías el Lugar de las fuentes. Aquello era insuficiente y el Gobierno, de la mano de Juan Bravo, ministro de Comercio, Instrucción y Obras Públicas, decidió modernizar la capital. Se eligió traer el agua del río Lozoya, diseñándose un proyecto que contempló la construcción de esta presa, cuya agua embalsada se entubaría por un largo canal hasta Madrid. Sería el Canal de Isabel II. Trabajaron en ella 1.500 reclusos, sufriendo penalidades propias de los esclavos, entre las que no faltó la presencia de epidemias como el cólera. El pantano se inauguró dos años después, aunque su vida fue efímera, pues las filtraciones del suelo impidieron que recogiera ni una gota. Y la obra quedó aquí varada para el resto.
Atacamos nada más empezar una larga y tendida rampa de 3 km de ascensión, adornada de piedra suelta y firme irregular, pero asequible, que nos acerca a la antigua necrópolis romana conocida como La Dehesa de la Oliva. Ya no se nota el frío y sobran prendas. Aquí seguimos senderos prácticamente invisibles hasta toparnos con un barranco desde el que podemos contemplar las primeras vistas aéreas de la zona.
Desandamos lo recorrido pero no bajamos por la pista empedrada por la que subimos. Lo hacemos campo a través, Enlazando una revuelta con otra y acortando los metros de bajada. ponemos a prueba la horquilla de muelles de Katy que se retuercen y gimen como un demonio en cada bache del terreno. Hasta llegar a un camino sin salida en el KM 6.2. desde donde tenemos unas vistas privilegiadas de la Presa del Pontón, los cortados verticales donde se afanan los escaladores en practicar su deporte favorito y un circo glaciar semicircular muy bonito.
Retomamos el camino que habíamos abandonado durante unos metros y en seguida tomamos un pequeño sendero descendente a nuestra derecha que nos deposita junto a la frondosa y verde vera del río Lozoya, por la que trascurriremos en paralelo durante algunos kilómetros. Recordamos al pasar por este punto que este tramo nos resulta familiar de una expedición endurera anterior con los Pan Z, pero en aquella ocasión viniendo desde el margen opuesto y atravesando el curso del río con chapuzón incluído.
Continuamos por este sombrío camino hasta llegar a la hoy abandonada Presa de Navarejos, donde contemplamos durante unos minutos el tono verde de la vegetación reflejada en las que posiblemente sean las aguas más cristalinas que recuerdo en toda la comunidad de Madrid. Aquí encontramos una caseta derruida que, en sus tiempos, servía para manipular manualmente las esclusas hasta que fueron sustituidas por unas mecánicas y cayó en desuso. Entre cabezas de ganado pastando libremente y troncos de árboles partidos y diseminados por las praderas a causa de la carcoma o las termitas o qué sé yo, llegamos al puente fronterizo de la Presa de Parra. Aquí traspasamos la punteada frontera que delimita la Comunidad de Madrid y nos adentramos en Castilla La Mancha.
El terreno cambia abruptamente, los suaves y ondulados pastos se tornan en afilados y cortantes pedregales de pizarra negra y ocre para recordarnos, durante unos instantes, que seguimos en Patones.
Aquí comienza una nueva y exigente ascensión de tres kilómetros por Arroyo Robledillo. Arriba, entre pinares, recorreremos una pista a modo de cortafuegos, desde donde contemplaremos en lontananza la vista de la presa de El Atazar. Se suceden las bifurcaciones de caminos a derecha e izquierda y apetece tomar cada uno de ellos a discreción, pero seguimos el track marcado y éste nos condujo por una bajada rápida, que se convirtió en subida y otra vez en bajada, ya que tuve que regresar en busca de mis gafas que habían desaparecido, mas no tuve éxito. Maldita sea.
Al final de la bajada, tomamos la que sería última ascensión para llegar al punto más alto de la jornada. Atravesamos el pueblo de Alpedrete de la Sierra y contemplamos su coqueto cementerio-fortaleza-atalaya, a los paisanos cuidando sus sembrados de olivos y huertas de hortalizas y pasamos de largo sus antiguas bodegas que se asemejan a las casas de los hobbits. Hoy son cuevas abandonadas que contienen grandes tinajas y que algunos desaprensivos llenan de basura y excrementos ; )
Y por fin, llega el momento más esperado. Las Cárcavas! No haré justicia describiendo, ni tan siquiera fotografiando semejante obra de la naturaleza. La visión que se obtiene justifica el esfuerzo de la jornada. Recorrimos su perímetro y nos sentamos incluso a contemplar el espectáculo que se nos brinda durante largo tiempo (algo poco habitual entre nosotros, que siempre andamos con el tiempo pegado al culo). A nuestros pies se extiende un abismo erosionado de ilógica orografía. Badlands, Hoodoos, Chimeneas de las Hadas (pero sin remate en su extremo final), afiladas crestas, profundos vallejos trufados de piedras, paredes rojizas, enhiestos falos para la imaginación más calenturienta y agujas descarnadas. Aguja del Diablo, hermana de Aguja del Enebro y Colmillo Blanco son las más famosas.
Pero hemos de continuar y lo hacemos descendiendo un pronunciado camino cabrero, que tras poner a prueba nuestra habilidad y técnica bajando por este escarpado camino, nos dejará en el canal de deyección , donde se deposita el sedimento de la erosión conocido como Arroyo de la Lastra. Tan solo nos resta llegar al punto de partida en suave descenso, colocar las bicis en el coche y regresar a Madrid con la agradable sensación de haber contemplado en un perímetro de tan solo 32 Km. una gran variedad de paisajes.
Todas las fotos en calidad original en Flickr:
Para los que se han leído todo el texto, dejo este vídeo con música de Hoodoo Gurus ; )1000 Miles Away
El tracka-track de la ruta:
http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=9107652
Saludos Bikernautas
Marter
Vaya fotitos Manolo, como habeis disfrutaó. Esta me queda pendiente
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Paco. Tengo pensado repetirla con Mary. Si vas avisa y si voy te aviso.
Ok?
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