Creo que hace ya la friolera de 25 años que me ronda por la cabeza la aventurera y bucólica idea de reencarnarme en surfista para recorrer las playas del mundo cabalgando las mejores olas y contemplar desde blancas playas de arena los ocasos y amaneceres más espectaculares.
Y recuerdo el germen de aquella idea. Caminaba por el paseo marítimo de Santander, una soleada tarde de verano, chuperreteando como es obligatorio allí, un fantástico y doble cucurucho helado de yogurt y nata de la afamada casa Regma, una heladería cuya cola para comprar en ella siempre es perenne. De pronto, frente al antiguo campo de fútbol del Sardinero, hoy reconvertido en parque, me topé con un autobús de color amarillo, esos que aparecen en las películas de Hollywood y que transportan a los estudiantes a sus High Schools. De hecho, incluso tenía el cartel en su techo, pero la matrícula no correspondía, era de más lejos aún, era de Nueva Zelanda. Pasé a su lado curioseando, y me encontré un autobús totalmente preparado para viajes sin prisa «around the world». Habían eliminado los asientos de pasajeros y lo habían convertido en literas, cocina, salón y cuarto de baño. Todo muy precario, con maderas, sin lujos pero eficaz, aunque desordenado. Dentro, tres jóvenes de aspecto de «p`allá», preparaban en un camping gas lo que debía ser su comida. Un cuarto muchacho, sentado en la escalinata de entrada, tocaba una guitarra, por llamar de alguna manera al instrumento, junto a un cartel de cartón solicitando unas monedas. Debía de ser esta su manera de autofinanciarse los viajes. Al lado, apoyadas contra el fuselaje, tablas de surf con restos de arena húmeda aún y trajes de neopreno decolorados por el sol y el salitre recogidos en todas las playas imaginables, desde nuestras antípodas hasta Santander. No hice fotos de aquel momento porque no existía aún la tecnología digital y medías muy bien cuándo gastar un negativo de tu cámara de fotos. Pero aquella idea de libertad absoluta se me quedó grabada en la mente, y fue entonces cuando decidí, que si existe la posibilidad, me pediría reencarnarme en surfista….Hasta hoy.
Hoy, encontré por casualidad en internet, un vídeo de bikers que parecía distinto a todos los demás y que me hizo sonreír con sus alocadas escenas. Se llamaba The Dudes of Hazzard. Era un vídeo de tres muchachos irreverentes, desaliñados, pelo panocha, de «iluminada mirada» y encarnadas mejillas al más puro estilo high lander. Sus nombres, Joe Barnes, Liam Moynihan y Ferg Lamb. Obviaban todas las reglas de la narrativa cinematográfica y multimedia. Saltos de eje entre las escenas, cero transiciones, bruscos cortes musicales, ambientaciones anacrónicas…. Sin embargo, sus situaciones eran frescas y desenfadadas, de amigos que se graban y se divierten, consumo doméstico, sin pretensiones, además de exhibir sus condiciones técnicas sobre la bici, que son muchas. Posteriormente descubrí que allí, en su pueblo, Fort Williams, Escocia, se concentra el mayor número de riders admirados, influyentes y seguidos en las redes sociales por metro cuadrado en todo el mundo. Danny Macaskillc, Fabien Barel, Chris Akrigg, Hannah Barmes (confirmado, hermana de Joe ) se unen puntualmente en sus correrías. Me divertí viendo por segunda vez su anárquico vídeo y pensé…joder qué mal están estos tipos, me encantan!
Comprobé que no era un ejemplar único, sino que había una extensa colección de vídeos numerados como capítulos de una saga. Me lancé de cabeza a visionarlos todos, y descubrí que poseen un universo propio, que sus acciones no son fruto de un guión escrito, sino acciones espontáneas propias, que otorgan una variada personalidad a cada uno de sus protagonistas. Así vemos en cada capítulo, que disponen de un almacén repleto de utensilios para ciclistas donde se reúnen, que se desplazan en una caravana reconstruida por ellos mismos y bautizada como Landship III. Que no pierden la oportunidad de lanzarse a todo tipo de ríos, charcas y cascadas, que les gusta mear allí donde haya buenas vistas. Se alimentan con un bol repleto de cereales y lácteos, conducen pequeñas motos y pequeñas bmx, con las que se desplazan en sus lugares de destino. Matan los tiempos muertos organizando sus propios torneos y construyendo sus propios circuitos. Les gusta la música revival, un tanto pasada de moda y no olvidan incluir los créditos de las canciones de sus clips. En ocasiones cantan y adaptan las letras de sus canciones favoritas en karaoke, This is Enduro Now o parodian el I want to break free de The Queen… sin ningún tipo de vergüenza.
Pero sobre todo viajan y montan en bici. Europa, América, Canadá, son parte del calendario Enduro World Series en el que participan y además son buenos, hacen podiums sin tomárselo demasiado en serio. Por eso son geniales y por eso ya no quiero ser surfista. Ahora quiero ser biker!
Ojalá supiera tocar la guitarra…
Os dejo un vídeo que resume bastante mejor todo lo que cuento en mi aburrido comentario.
Saludos bikernautas
Marter
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