Domingo de Resurrección, nos vamos hasta el pueblo de Ucero, Mary, Nany, Hoverman y quien esto escribe, para recorrer el Cañón del Río Lobos. Me habían hablado tanto y tan bien siempre de esta ruta, que temí que pasara lo que pasa con las películas en las que depositas muchas esperanzas. Los amigos o la crítica hablan muy bien de ellas y luego resulta que se quedan cortas ante tus expectativas. Esta ruta no es el caso, gracias a Dios, las superó con creces.
No tengo gran experiencia en recorrer cañones, tan solo llevo cuatro a mis espaldas. Por este orden, El cañón que discurre por Las hoces del Duratón, El cañón de la Horadada, El cañón del Ebro y este último del Río Lobos. Me falta el Gran Cañón del Colorado. ; ) Sólo el hecho de incorporar la denominación de «cañón», ya es garantía de una gran jornada de MTB, y si hablamos de una mujer «cañón» no te quiero ni contar. Pero no nos despistemos del single track… ; )
Dos horas y media en coche desde Madrid, con reconfortante café y bizcocho casero en un bar de carretera, hasta llegar al aparcamiento, tras atravesar el pueblo de Ucero, en el restaurante que está dos kilómetros antes de empezar el Parque Natural. Logísticamente hablando, es el lugar perfecto para tomar unas cervezas o comer al terminar la ruta.
La mañana amanece soleada, pero con tan solo 5º de temperatura. Dudamos si ponernos más capas de ropa encima, pero finalmente nos arriesgamos porque las previsiones de temperatura serán altas a lo largo del día. Empezamos con ganas, tanto que ignoramos la recomendación del guarda de llegar al Parque por el tramo de carretera asfaltado y como somos muy bikers y odiamos el asfalto, seguimos el camino que vemos tomar a los senderistas y tras atravesar en menos de 100 metros tres pasos por el río cargando con las bicis, decidimos que….nos quedan 50 km para montar. Así que volvemos al tramo de asfalto y entramos al parque como unos señores. A primera hora de la mañana, en un puente largo como este, lo normal al principio de la ruta, es seguir la estela de una interminable fila de senderistas madrugadores. Es curioso como cambia el perfil de los visitantes del parque a medida que avanza el día. Mediana edad de buena mañana y adolescentes o parejas jóvenes con niños más trasnochadores y menos madrugadores, sesteando cuando el sol está en lo más alto. Nosotros vamos adelantando a unos y otros por la derecha y por la izquierda, cargando con las bicis para saltar entre las resbaladizas piedras al atravesar el río hasta en nueve ocasiones. Un caballeroso e infatigable Hoverman se encargó de ayudar a las chicas a pasar estos obstáculos mientras yo hacía algunos alardes de vadeo montado en la bici.
No tardamos demasiado en encontrar las primeras maravillas del día. En un meandro del río Lobos, protegida por cantiles enormes, con el buitre leonado como vigilante eterno desde la época celtíbera, con una enorme cueva donde oficiar los Misterios de la Magna Mater y asentando sus cimientos en la firme roca, se encuentra uno de los Centros del Mundo más misteriosos de Europa: la ermita de San Bartolomé . Allí donde se clavó la espada de San Miguel Arcangel, antiguo templo del monasterio templario de San Juan de Otero. Todo él es de sillería, para que las energías sutiles no se dispersen y puedan concentrarse y favorecer a todo Peregrino del Alba que busque la Gnosis. Pasaje estratégico que fue utilizado en uno de los «Mil Caminos de Santiago».
Lo recóndito del enclave y la función estratégica y de peregrinación que tenía el Cañón debieron ser, junto con otras circunstancias, las razones que impulsaron a los monjes guerreros de la Orden del Temple a establecerse en este enclave equidistante de los dos puntos más extremos de la geografía peninsular, los cabos de Creus y Finisterre. Este territorio está plagado de simbolismos y se siente en el ambiente.
Continuamos nuestro peregrinaje particular sorteando puentes de piedra y pasarelas de madera hasta llegar al siguiente punto intermedio, El puente de los Siente Ojos. Digamos que esta es la zona más transitada del Parque.
Desde aquí el cañón adquiere un aire más salvaje, más exhuberante y cerrado, pero mucho más atractivo. Si exceptuamos un tramo de 50 metros en el que tenemos que empujar las bicis, el resto es absolutamente ciclable y sin ningún tipo de desnivel, aunque hay que estar atento con algún que otro imprevisto del terreno para no dar de bruces con el suelo. Recorrimos estrechos caminitos por las laderas de las colinas hasta llegar a cielo abierto en el pueblo de Hontoria del Pinar, desde donde iniciamos el camino de regreso al punto de partida.
Hasta aquí hemos recorrido 25 km llanos, entre pinares y farallones, siguiendo el cauce del río unas veces con agua y otras muchas de lecho seco. La vuelta sin embargo, se inicia con la primera subida del día. Una senda tendida entre praderas que pica durante dos suaves kilómetros hacia arriba y que calienta los músculos de las piernas para la subida importante del día.
Tras una larga bajada por la pista de Arroyo Quiñones, pasamos la fábrica de puertas y desde allí la carretera nos conduce hasta el poblado de Arganza. Cruzamos el puente donde tomamos un avituallamiento y mientras descansábamos, entablamos conversación con dos bikers de donosti con los que nos cruzamos durante la mañana en repetidas ocasiones y compartimos unos kilómetros de la ruta. Saludos si leéis este blog. La subida es exigente aunque no es larga, tan solo 2 kilómetros que Nany se hizo a rueda de los amigos vascos manteniendo el pabellón madrileño bien alto.
Luego les perdimos la pista, o ellos a nosotros, porque no volvimos a coincidir. Quizá se debió al track que seguimos. Una verdadera delicia. Para mí este último tramo quizá fue lo más bonito de la ruta. Campo a través, todo para abajo, sin senda visible en el suelo, tan solo las marcas de color amarillo en los troncos de los árboles y alguna cinta de plástico que aún pendían de las ramas de la última ruta organizada en la zona. El crepitar de las agujas de los pinos al pasar sobre ellas nuestras ruedas, las ramas partidas y las piñas alfombrando el suelo. El zig-zag entre los pinos, la incertidumbre de si era el buen camino o no. El silencio del bosque profundo, la luz filtrada entre las copas de los árboles, los escalones y trialeras de piedras…. Un momento mágico! Lo hubiera vuelto a subir por el mero hecho de bajarlo de una sola vez. Sin escalas.
Así llegamos al final del bosque, y desembocamos en una verde pradera que nos resultaba ya familiar. Nos tocaba desandar lo andado por la mañana, entre decenas de excursionistas almorzando o dormitando bajo el cálido sol de media tarde. Así volvimos a sortear y contar los puentes de piedra, 1..2..3…9, o a vadearlos de nuevo, esta vez con remojón de pies incluido. Llegamos al punto de partida tras 5:45 horas y 50 Km de bici en medio de la naturaleza.
Unos buenos bocatas y sendas jarras de cerveza para reponer energías y líquidos. Alguno necesitó de un buen plato-extra de alubias pintas de tanto acarrear bicis para arriba y para abajo ; )
Lo dicho, una ruta imprescindible y totalmente recomendable en el curriculum de un biker que se precie. La compañía inmejorable. Lástima no poder hacerla con toda la cuadrilla al completo. Os echamos de menos.
Como de costumbre, las fotos en calidad original y con pequeños detalles para los más observadores en Flickr ; )
Y para quién considere que es una ruta interesante, aquí va el traka-track
http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=9280244
Saludos bikernautas
Marter
Que ruta mas chula!
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Es muy bonita Toñi.
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Que buena pinta tiene la ruta!
Me la apunto!
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Nati, te va a encantar. Espera, porque la quieren repetir los que nos estuvieron y la hacéis con nosotros.
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