«Antes de cruzar al lado oscuro has de ver la luz».
El domingo llevé a Mary, Nati y al tocayo en busca de la luz hasta Navafría. Durante la ruta, rompieron las «ruteras crisálidas» que los envolvían y comenzaron a desplegar las «alas del enduro». Perdonad, creo que hoy me levanté en modo rapsoda ; )
En mi caso lo descubrí hace tiempo, en una ruta por la Jarosa y el DH2000, junto a un grupo con el que no he vuelto a coincidir. Cosas de la vida. Ese día muté, me transformé, vi la luz. Comprobé que la mezcla de velocidad, riesgo y naturaleza me dejaba en estado de shock varios días. De regreso a casa, en el coche, me sentía exultante. Estuve esa semana rumiando en mi cabeza, cada uno de los lugares por los que había pasado días antes. Me asombraba recordar los tramos técnicos que había salvado y me molestaba pensando en aquellos que pude, pero no supe salvar por falta de pericia o de decisión.
Nada que ver con aquellas rutas maratonianas que hacíamos sobre nuestras bicis, recorriendo pistas y más pistas, por muy duras y largas fueran. Supongo que esto que os cuento, es la metamorfosis natural de casi todos aquellos que hemos sido abducidos por el ciclismo en general y el enduro en particular.
De aquella experiencia aún conservo mi bici, La Espe, polivalente como ninguna, sigue adaptándose a todos los terrenos, aunque ha necesitado algunas modificaciones conforme el terreno se volvía más exigente. También he debido cambiar parte de mi vestuario, incorporar protecciones,…etc. Aprendo a manejarme en la disciplicina del enduro a base fijarme durante las rutas en la experiencia de gente veterana en estas lides, de tutoriales, rutas y por supuesto sartenazos que me dejan dolorido varios días. No me importa cargar la bici al hombro tantas veces como sea necesario, algo impensable hace un tiempo. Me molestaba mucho tener que desmontar y empujarla, pues era de la opinión de que la bici ha de pasar solo por aquellos lugares por donde pueda rodar . Ahora se que arriba tendré la recompensa de unas vistas exclusivas y una bajada cargada de adrenalina.
Creo que esa misma sensación se reflejaba en las caras de mis compañeros este domingo. Han abandonado la fase de «gateo» y comienzan a dar sus «primeros pasos» en el ciclismo de alta montaña. En un principio, mostraban el rostro tenso y concentrado, mezcla inicial de temor y respeto a un entorno inestable y peligroso. Poco a poco, va tornando en ligeras sonrisas, para finalizar con auténticas expresiones de felicidad al concluir sanos y salvos la jornada.
He titulado a esta crónica «El Puto Sendero», por un sencillo motivo. No me gusta dejar asuntos pendientes, ya que en dos ocasiones me retó y en ambas aborté la bajada.
La primera vez, intenté sorprender a mis compañeros de ruta. Había dibujado el track de La Horizontal con mucho mimo, añadiendo este tramo final endurero, dando un punto más picante a un perfil de etapa un tanto anodino, a pesar de que ese día la niebla y la lluvia pusieron la emoción que faltaba. Finalmente, la falta de tiempo nos obligó a bajar por la carretera y recuerdo que a medida que descendíamos, el sendero se insinuaba insistentemente. En cada vuelta y revuelta se mostraba y desaparecía. El puto sendero. Me prometí que volvería.
La segunda vez que estuve frente a él, no lo tomé pensando que Mary no se sentiría cómoda bajando por andurriales. Una vez más el sendero me desafíaba. He de reconocer que en esta ocasión, teníamos el coche arriba, en el puerto. No era plan llevar la contraria a las leyes de la física. Todo lo que sube, baja. No a la inversa:)
El domingo regresé por tercera vez y recogí el guante. Esta vez subimos, lo tomamos, bajamos y nos encantó. Una subida larga de 7 kilómetros, con algún porcentaje de desnivel importante, hasta toparnos con la Horizontal y alguna familia de jabalíes, azuzados por las batidas de caza que se suceden todas las semanas entre Lozoya y Rascafría. La llegada hasta el Puerto de Navafría es una pista amplia y horizontal, valga la redundancia. Allí, frente al Centro de esquí nórdico, iniciamos los 8 kilómetros de descenso hasta llegar a orillas del embalse de Pinilla, en Lozoya. Un camino alfombrado de hojarasca, entre bosques y callejas unas veces, y otras cerrado, por la falta de uso.
El vídeo, siempre en tono de broma, ironiza musicalmente sobre la seguridad que te proporciona la práctica, el conocimiento y el dominio de tu bicicleta en un deporte como este. Espero que mis compañeros de ruta no se sientan ofendidos al verlo, sabéis que tan solo es un guiño cariñoso y que agradezco muchísimo vuestra grata compañía, ya sea durante los senderos o sentados frente a unas cervezas comentando las anécdotas del día.
Nota: Hay un pequeño tramo de bajada por la carretera, hasta enlazar de nuevo el track, porque me resultó imposible encontrar la entrada del segundo sendero. El resto del recorrido se hace sin ningún problema. Muy recomendable.
El vídeo en Vimeo:
El track de «El puto sendero»:
Saludos Bikernautas.
Marter
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