Cuando «El Muyo» cerró la puerta de su casa, sabía que no volvería a abrirla nunca más. Estaba harto de ser objeto de las burlas de sus vecinos. Tantas veces le llamaron «El Muyo» que ya ni siquiera recordaba su verdadero nombre.
-Qué culpa tuve yo de perder un brazo siendo un zagal, trabajando en aquella desgraciada carbonera que cedió bajo mis pies…
-Cagüen la pena negra, Cagüen la hora….se lamentaba.
Su padre lo salvó de morir abrasado, pero qué precio pagaron ambos! Uno la vida y el otro…su brazo. Huérfano y mutilado, o como dicen los lugareños…. Inclusero y Muyo.
Las mañanas de noviembre tienen el color azul grisáceo del acero, el viento arrastra la nieve de las montañas cercanas y te desmonta de un soplido al girar un recodo del camino. Así es el frío en el que hasta entonces fue su pueblo. Madriguera.
– ¡Quién quiere vivir en un pueblo con ese nombre ! -pensó – mientras se acurrucaba dentro de su áspera y burda chamarra y calzaba las albarcas de madera.
-Madriguera, donde viven las comadrejas y las serpientes -volvió a pensar. Una sonrisa se le dibujó en el curtido rostro.
Unos gritos le sacaron de su ensimismamiento. Eran los mozalbetes de siempre, que volvían a incordiarlo con sus mofas y burlas. ¡ Muyo, colgajo, muñón, tocón, tiznado, hollín, carbonero que hueles a azufre,…Siempre los mismos cantares. ¡¡¡¡Pero esta vez se acabó. Me iré bien lejos!!!
Les gritó: – ¡Cagüen la cuna que os arrulló chavales! Y todos salieron de estampida.
Miró por última vez la chimenea aún humeante de su casa. El color rojizo de las fachadas, por mezclar arcilla y pizarra, característico de de los pueblos rojos de la zona y vió la banda de muchachos que le increpaban en las lindes del poblado. Apretó las mandíbulas y dio la espalda a su pasado.
Así empezaba su viaje hacia el fondo del hayedo. Allí nadie le molestaría más.
Enfiló la primera rampa pina del camino con decisión, pero la pendiente y el resbaladizo suelo no favorecían las zancadas con sus inestables albarcas. Pronto empezó a faltarle el resuello y trató de pensar en otras cosas ignorando la fatiga.
-Construiré una casa con corral, donde viviré . Comeré lo que el bosque tenga a bien ofrecerme y cultivaré el resto.
Y haré carboneras de las que sacaré buenos réditos durante el invierno. Nadie hace mejor carbón que yo, y nunca me importó doblar el lomo trabajando. Y cuando esté todo en orden, me armaré de coraje para pedir a Rosita si tiene a bien desposar conmigo.
Rosita era la sexta de diez vástagos de un carretero gigante que poseía la fuerza y la energía de diez mulos. Quién sabe si se equipararía a ellos en algo más dada su prolífica descendencia. Transportaba el carbón que su padre y él producían.
No era hermosa, pero era graciosa. Sus ropajes eran amplios y toscos, mas se adivinaba una bonita figura y a pesar de estar rodeada de carbón como él, ella no olía a hollín.
La conoció de romería, ella lo llamó por su nombre y lo miró sin burla. Su corazón le pertenecía desde ese mismo instante.
Soñador y despistado como iba, pisó mal en aquella ladera escarpada. Perdió el equilibrio, dio de bruces en el suelo y rodó montaña abajo entre brezos y retamas, hasta detenerse en la frondosa pradera que delimita el cauce del río Zarzas.
Bajaba caudaloso y con fuerza. Así que buscó un remanso para vadearlo sin ser arrastrado por la corriente.Tras desatar los escarpines de lana que iban rodeando la pierna hasta la rodilla, sujetos con las correas de las albarcas, quitó también sus peales de bayeta blanca y se introdujo en las gélidas aguas hasta media caña para acceder a la orilla que da al hayedo.
El paisaje azul metálico había dado paso ahora a verdes, esmeraldas y cetrinos, junto a amarillos, gualdas, limonados, dorados y pajizos intensos. Recreó la vista en aquella pradera, recogió setas y níscalos que brotaban por doquier para la cena y reemprendió el camino por la tendida cuesta de las carretas (esa que tantas veces recorría cargado su futuro suegro con mulos o sin ellos) que le conduciría a un nuevo escenario multicolor.
Por fin se encontraba en lo más profundo del bosque. Poco a poco los tonos ambarinos eran moteados por toda la gama de rojos: cobrizos, encarnados, escarlata, bermejo, colorado, granate, grana, púrpura, rubí, carmesí, bermellón, corinto….¡ Qué explosión de colores!
Miró a su alrededor y comprendió.
No sería él quién alterara los colores del bosque. No cubriría con hollín sus hojas. Volvería a subir a la montaña y fundaría su propio pueblo, un pueblo hecho de pizarra, de color negro. Sería un paso obligado al bosque y desde allí vigilaría la conservación de sus colores. Como contrapunto decidió que tan solo el tejado de la iglesia tuviese el color rojo del bosque.
Y lo llamaría: El Muyo.
Poco quedaba por contar de tan inspiradora ruta. Mis compañeros de aventuras ya hicieron crónicas de la jornada, subieron fotos y vídeos . Tan solo me restaba remontarme a los posibles orígenes de este pueblo, a su espectacular Bosque de Colores y novelar nuestra ruta siguiendo los pasos de su fundador.
Gracias a mis compis, porque cada ruta que hacemos, es aún mejor que la anterior.
Todas las fotos en Flickr:
Con resolución original de 180 píxeles/pulgada y un tamaño de 41,57cm. x 75,03 cm.
Por si os apetece empapelar una pared ; )
El track;
http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=8281357
Marter
Hoy me apetecía echar un vistazo desde el principio.Me he encontrado de nuevo con esta historia, que me sigue pareciendo preciosa, me encanto el primer día que la leí y me sigue encantando. Las fotos parecen sacadas de un sueño. En su día no te escribí lo que opinaba, pero creo que nunca es tarde para hacerlo.
Un abrazo
Naty
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Gracias Naty, Ya echaba en falta ese comentario. 😂
Y no sólo no es tarde para comentarlo, tampoco es tarde para volver a hacer esa ruta. Te gustaría.
Un abrazo
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